Todo no va a ser avión. También se puede viajar a pie –o a lomos de un caballo, un mulo, un jumento- , en una carreta, en un trineo, en una nave que llevan los vientos… Hasta la aparición de la máquina de vapor y, un siglo más tarde, del motor de explosión, no había otras formas de viajar, y con esos medios se exploró todo el planeta.
Viajar a pie nos parece hoy algo extraño, si no absurdo; ¿quién iría a pie de Madrid a Barcelona, o de Sevilla a Burgos, por ejemplo? Y sin embargo, cada vez hay más personas, de cualquier edad, que recorren senderos, hacen ciclo turismo, caminan y caminan. Es como si muchos sintieran la nostalgia de la especie, afectados por la expresión del gen del nomadismo, el deseo de moverse por la tierra tal cual es: roca y arena, desierto y vergel, bosques, torrentes, montañas… Es el afán de mirar despacio la naturaleza, de pertenecer por un tiempo a un paisaje, de vivir horas y distancias de otro modo, tal como se han vivido desde el principio hasta ayer mismo.
Los grandes viajes del pasado lejano fueron viajes a pie –o con caballerías a veces-, basta recordar a Alejandro, a Marco Polo. En la Europa en formación durante la Edad Media, los dos grandes viajes “de moda” y que influyeron decisivamente en las costumbres y la evolución cultural fueron las peregrinaciones a Tierra Santa y a Santiago de Compostela.
Es muy fácil encontrar en internet información sobre todo esto y me ahorro repetir lo ya sabido.
Lo que sí quiero es dar testimonio de que el Camino de Santiago es una gran aventura, un gran viaje, lento –se hace a pie-, a veces difícil, pero apasionante. Tanto el llamado “Camino francés”, el más conocido, que arranca en Roncesvalles –es el que yo mismo he hecho- , como el que sigue la costa cantábrica, o el de la “Ruta de la Plata”, que sube desde Sevilla a Santiago nos ofrecen una riqueza de paisajes, iglesias y castillos, villas y aldeas, colores y sabores que merecen ser asimilados con lentitud y sosiego.
No es precisa una motivación “religiosa” para lanzarse a la aventura. Sólo hacen falta “ganas de caminar”. Cada paso nos acercará a la tierra a la que pertenecemos. Cada árbol, cada páramo, cada bosquecillo, ermita, puente, pueblo, catedral nos hablará de nuestro propio mundo y nuestra propia historia. Y las sorpresas se irán sucediendo: compañeros de peregrinación, sucesos inesperados, acogidas, tormentas, hay espacio y tiempo para todo ello, y más.
Y cuando al fin llegues a la Plaza del Obradoiro y pases bajo el Pórtico de la Gloria, te sentirás orgulloso, te conocerás mejor a ti mismo, habrás hecho amigos y amigas y habrás vivido una experiencia humana inolvidable.
By Bartleby
viernes, 9 de abril de 2010
El Camino de Santiago
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