lunes, 14 de diciembre de 2009

¡Banzai! (By Bartleby)

En la cola del finger había muchos que supuse eran japoneses, un grupo, muy mayores, como veteranos de guerra, el puente del río Kwai, todo eso. No me importó el ñiqui-ñiqui de las voces. Los japoneses me caen bien. Practico Zen y me gusta el sushi.

En cuanto llegué a mi asiento cerré los ojos, decidido a no abrirlos hasta que aterrizáramos en Heathrow.

Lo de siempre. Bla, bla, bla; el comandante no sé qué, de Alemania; el copiloto Niqui-ñiqui, de Japón -¡atiza, otro japonés, y en la cabina del avión!-; el sobrecargo, bla, bla, bla; menos mal que había dos azafatas de Sevilla y olé; las máscaras de oxígeno… Pensé que con tantos japoneses a bordo, el vuelo se podría convertir en un cuento de Murakami. Y me dormí.


De repente una voz estridente habló en ñiqui-ñiqui por la megafonía y todos los japoneses se levantaron de sus asientos pronunciando palabras incomprensibles pero yo supe que eran loas al Emperador, cantos de guerra. Sus ropas habían cambiado y ahora vestían viejos trajes de vuelo; en sus frentes marchitas, sobre las calvas, las gafas de pilotar, al cuello, el pañuelo blanco y rojo, la bandera del imperio del sol naciente. Apuraron unos vasitos de sake y gritaron al unísono “¡banzai!” mientras el avión iniciaba un picado fatal.
Me desperté angustiado y sudoroso. A mi lado, uno de los japoneses me preguntó educadamente, en buen español, si me encontraba bien. Entretanto el copiloto seguía con su ñiqui-ñiqui por la megafonía, y todos los japos sonreían.

-¿Sabe usted? –tradujo mi vecino de asiento, sonriendo-, es el copiloto que nos da la bienvenida a bordo y nos pide calma frente a estas turbulencias… es muy amable… nos ha contado que su padre también fue piloto, y su abuelo, un héroe, kamikaze en Iwo Jima.

Desde ese día sospecho que tuve una vida que perdí hace mucho tiempo en las aguas del Pacífico. ¡Banzai!

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